Noticias de politica



La tarea trascendental del pueblo elegido. Las políticas de la Iglesia Católica. El fin del politeísmo.
El hilo conductor jamás revelado de uno de los libros más leídos y tal vez menos comprendidos:
La Biblia.
En 2012 se disputaron la presidencia de Estados Unidos Barack Obama y Mitt
Romney. Por entonces, en varios medios de prensa, enfaticé la simple idea de que
ser un exitoso hombre de negocios es un mérito pero no hace a nadie un buen
gobernante, ya que un país no es una empresa. Hace un par de años debimos
soportar en nuestra universidad un pobrísimo discurso de Mitt Romney sobre el
éxito, lleno de lugares comunes e ideas vacías, lo que demuestra cuán mediocre y
arrogante puede ser un exitoso hombre de negocios, aunque no tan exitoso ni tan
mediocre como el actual presidente Donald Trump.
Más o menos por aquella época, Noam Chomsky me envió varios artículos y
comentarios esclarecedores sobre la realidad clave de las externalidades. En
pocas palabras: las externalidades son todos aquellos efectos que no entran en
la ecuación de un buen negocio. Dos partes pueden hacer un excelente negocio,
pero eso no significa que los resultados a largo plazo y en un contexto mayor
vayan a beneficiar al resto ni a ellos mismos, como indica la base del
liberalismo económico: perseguir el interés individual necesariamente conduce al
beneficio del resto de la sociedad.
Por ejemplo (recuerdo brevemente dos ejemplos del mismo Chomsky): un excelente
negocio entre dos empresas puede conducir a una catástrofe internacional o
ecológica. Bajar los impuestos tiene un efecto inmediato en los negocios: los
individuos pueden ver los efectos en sus ahorros y pueden iniciar negocios en
principio más convenientes. Sin embargo, según estudios cuantitativos, cuando el
Estado invierte menos en reparar las carreteras, los usuarios terminan llevando
sus autos con más frecuencia al mecánico. Todos se quejan de los impuestos que
cobra el gobierno y todos quieren pagar menos, pero nadie se queja de lo que
debe gastar en reparar sus autos. Generalmente ocurre lo contrario, porque todos
agradecemos un buen trabajo de nuestro mecánico. En otras palabras, la
destrucción del medio ambiente y la destrucción de los bienes como autos,
vidrios, techos, etc., tiene un efecto positivo en la economía pero a largo
plazo no genera más riqueza ni es necesariamente responsable con la realidad que
nos rodea, como el medio ambiente, el equilibrio social y la economía a largo
plazo.
Un exitoso hombre de negocios no debe preocuparse por la educación previa ni por
la suerte posterior de sus empleados cuando pierden su trabajo. En gran medida,
de eso se encarga el maldito Estado, por no hablar de otros aspectos, como la
represión policial de la violencia causada por los obscenos desequilibrios
sociales causados por el éxito de unos pocos. Estado al que se acusa de
desangrar a los exitosos empresarios con injustos impuestos que impiden que los
exitosos sean más exitosos.
Por ponerlo en un par de figuras: que un jugador de fútbol sea un excelente
pateador de penales no lo hace un excelente director técnico. Un hombre de
negocios es un hábil jugador de ajedrez cuando su mano está dando jaque mate a
la reina adversaria (acosando al adversario antes de cerrar un excelente trato),
pero eso no lo hace un gran jugador de ajedrez que debe planificar la jugada
desde el inicio.
Más gráfico: esa naturaleza del exitoso hombre de negocios ya se está observando
en la primera semana del gobierno de Donald Trump. Sus tempestuosas y erráticas
medidas y decretos revelan la mano del hombre de negocios: presión, intimidación
a corto plazo para cortar el árbol sin considerar el bosque. La idea de castigar
a México con un veinte por ciento de aranceles a sus exportaciones a Estados
Unidos no considera que todas esas exportaciones, según las reglas del mundo
capitalista que el Sr. Trump presume representar, no se producen por una
arbitrariedad fantástica sino por las viejas reglas de la oferta y la demanda.
Un colapso de las relaciones comerciales entre México y Estados Unidos, dos
grandes socios comerciales, significara un castigo a la misma economía
estadounidense. Aparte de las consecuencias geopolíticas, como sería un México
buscando alianzas con China, por ejemplo.
Si observamos cada decisión tomada por el presidente Trump, cada una está basada
en la misma superstición de cómo funciona el mundo, como si las externalidades
no existieran, como si todo se redujese a una puja entre dos poderosos hombres
de negocios: la aprobación del oleoducto de Dakota sin considerar sus posible
efectos ecológicos; el bloqueo de refugiados de países víctimas de la
globalización, como si no existiesen los derechos humanos de los niños de la
guerra y no existiesen resentimientos de posibles aliados; el inicio del acoso a
México, su tercer socio económico más importante, como si la economía
estadounidense fuese una isla o respondiese al contexto mercantil del planeta
Júpiter; y un largo etcétera.
La sola idea que Trump supo vender muy bien a sus votantes, de devolver los
puestos de trabajo de la industria a los estadounidenses presionando e
intimidando a las empresas estadunidenses puede ser un gol de penal, pero a
largo plazo significa varios goles en contra. Otra vez, según la lógica del
capitalismo, no es posible producir los mismos autos y las mismas sillas con
obreros que en China ganan unos pocos miles de dólares al año con unos obreros
que en Estados Unidos ganan cuarenta o sesenta mil dólares.
La causa y consecuencia la hemos venido repitiendo desde hace años: la solución
que encontraran las empresas ante ese desbalance entre costos y precios finales
es una aún más rápida automatización: en la industria automovilística es una
tendencia que tiene décadas, pero hay otros sectores donde los robots seguirán
expandiéndose y las malditas universidades seguirán aportando cada vez más valor
agregado en detrimento de los tradicionales puestos de trabajo: en la
agricultura, en los servicios e, incluso, en el trasporte. Hoy en día, en muchos
de los viejos estados industriales del norte centro de Estados Unidos
(inesperados votantes de Trump) la profesión de conductores de camiones es una
de la principales debido a la expansión de la economía. Sin embargo, la realidad
de los autos, autobuses y camiones que no requerirán conductores irá en aumento.
Es una realidad inevitable, al menos que se invente una guerra civil o
internacional y volvamos a etapas anteriores del capitalismo industrial.
Por supuesto que un exitoso hombre de negocios puede ser un gran estadista, como
puede serlo un sindicalista, un militar o un profesor. Pero ninguno de ellos
sería un buen estadista, ni siquiera un buen presidente, si creyera que
aplicando sus exitosos métodos sindicalistas, militares o pedagógicos sería la
clave para gobernar un país. Eso es miopía y tarde o temprano la realidad nos
pasa por encima cuando la ignoramos a fuerza de narraciones autocomplacientes.
Mucho más si estamos hablando de un ego enceguecido por su propia luz. Entonces
lo único que podemos esperar son crisis de todo tipo: económicas en el mejor
caso; sociales y hasta bélicas en el peor.
- Jorge Majfud es escritor y profesor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y
La reina de América entre otros libros.
URL de este artículo:
http://www.alainet.org/es/articulo/183199


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